
Chinos, viejos y viejas, hombres de mediana edad estresados, Los Louro y un conductor que puso la calefacción a 300 grados celsius.
7.00 pm, dirección Villalba (que si alguien no se cree que es Fraga quien sigue manejando este país que me explique porque hay un cartel en el centro de Madrid que indica la dirección a seguir hacia a Terra Cha y no Galicia). Salimos de la Villa con lluvia. La tensión se palpa en el ambiente. Los Chinos duermen en los asientos, los viejos de delante llevan una radio pequeña y escuchan Radio Nacional.
A los 20 minutos pudimos ver el casino que se alzaba majestuoso a nuestra izquierda, rodedo de luces y de edificios igualmente iluminados (casas de putas, por supuesto). Estábamos ya cerca de nuestro destino, salimos de la autopista y en tan sólo unos minutos abandonamos el transporte para entrar en el casino. Allí estábamos, delante de la puerta como los 4 magníficos (ya pero es que nosotros éramos 4) entrando en el pueblo, como Thelma y Louise paradas al borde del precipicio, un poquito más, sólo un poquito más y entraríamos.
Y entramos, mira la verdad es que un poco cutre. Una lámpara enorme en la entrada y moquetas como de cuarto de baño inglés. La tropa que nos acompañó en el autobús aquí se multiplicó. Cuatro salas de juego, ruleta, black jack, máquinas de colores, y gente con fajos. Los billetes de 50 euros son como las monedas de 1 Corona o 1 Euro, lo mínimo, lo básico. Hombre de mediana edad, bigote, americana sin corbata y bebiendo ron con coca cola mientrás ordena en la barra sus billetes de 500 y 100 euros, una imagen que se repite en toda la noche. Chicas guapas, entre 20 y 30, merodeando por las mesas mientras el monte de navos se lo juega todo, es otra imagen de la noche.
Y entre todos, nosotros. Nos pasamos las primeras 2 horas deambulando, entrando incluso en la sala de poker que la apuesta mínima era de 50 euros y no se podía mirar, sólo jugar. Cada uno desempeñó su papel perfectamente.
El padre: observando las mesas de juego, serio, sin tener ni idea de lo que ocurría pero serio, como si dominara lo que estaba ocurriendo. Mira a la mesa, observa a los jugadores, quieto, respetuoso, silencioso, puede que pareciera un jugador que analiza la situación de la mesa, pero le delatan algunos movimientos no controlados de los pies. Es un pringao que viene a un casino por primera vez.
La madre: inquieta, interesada por ver lo que pasa. Se acerca a las mesas y comenta la apariencia de los demás, la cantidad de fichas que tienen y su cuantía, las apuestas realizadas, quiere más, quiere ver todo el local y descubrir los lugares más recónditos de este templo. Es una pringá que viene a un casino por primera vez.
La hermana: deambula, no se acerca ni mucho ni poco, no entiene nada y tampoco hace ningún esfuerzo por sacar la lógica de cada juego. No se entera (grandes lazos genéticos con el Pater Louro). Le gustaría jugar a las cartas y más adelante leeréis sobre sus dotes de jugadora en mesa de black jack with the big boys! Es una pringá que viene a un casino por primera vez.
El menda: corbata negra sobre camisa azul clara con lágrimas acompañantes. Pantalón negro ajustado con americana negra de raya diplomática. Un JASP, un triunfador, mirada arrogante. Irradia la seguridad del que entiende todos los juegos y puede hasta entender las apuestas de los pobres mortales que (curiosamente) tiran las fichas en la ruleta y huyen del lugar (madre, haré research en internet para entender por qué se escapan). Es un pringao que viene a un casino por primera vez.
Curiosamente las emociones e impresiones son tantas que el hambre no se apodera de ti. Evidentemente no íbamos forrados de guita para la ocasión pero en la medida de las fantásticas posibilidades de la familia Louro estábamos dispuestos a gastarnos 50 euros por persona en los juegos y cenar el buffet de 30 euros del restaurante ”Las Vegas”. Le sumamos los 3 euros de la entrada y la inversión inicial per cápita de 83 euros me parece un más que generoso regalo a la casa. La verdad es que, supongo que debido a las impresiones y emociones que todo esto implica, ninguno de los Louro estaba terriblemente hambriento, así que tras tirar algunos Euros en las máquinas tragaperras (un buen hombre nos orientó un poco sobre el funcionamiento) nos decidimos por comer algo ligero, unos bocatas mientras seguíamos engullidos por el ambiente estraño del casino.
Es una sensación muy especial la de estar ahí dentro, no hay mucho ruido, es más hay que hablar bajito si estas cerca de alguna mesa donde están jugando (a menos que te la pele todo y te rías de la gente abiertamente lo cual, evidentemente, los Louro sabemos hacer y hacemos). Debe ser que no hay luz natural y demasiados colores intermitentes, el caso es que el aire pesa más y el tiempo no avanza a la velocidad habitual. Nos vimos en la obligación de comer puesto que eres consciente de que el cuerpo necesita energía, pero no lo sientes así. Yo ya me había tomado un yintonic y un drai martini. Durante este tiempo había adoctrinado a mi Santa Hermana sobre las reglas y funcionamiento del Black Jack. Ponderé que sería la alternativa de juego más fácil para la noche.
El Pater se sentaría en una mesa y perdería todas las fichas sin entender lo que en cada mano ocurría. La Mater se pondría a discutir con el crupier jugada tras jugada y mostrándose siempre escéptica haciendo que los cambio de jefe de mesa se repitieran unas cuantas veces.
Frente a esta situación, mi esperanza estaba puesta en La Hermana. Escuchaba atentamente mis explicaciones y yo comprobaba que éstas habían sido entendidas. Cuando las mesas para novatos se abrieron no acercamos para intentar coger un sitio, los cogidos fuimos nosotros che! El buitrerío es la clave, como halla dinero por medio, la gente pierde la educación y la perspectiva. Tras 30 minutos de que se nos colaran y nadie levantara sus posaderas de los sitios de juego, La Hermana, Ella, se fue al gran salón, vino, vio y si venció o no lo sabréis en breve. Regresó a la mesa de novatos donde yo intentaba introducirme y dijo ” en las mesas de 5 euros apuesta mínima hay asientos libres”. Haciendo un cálculo mental rápido valoré la propuesta, 10 manos, podemos jugar 15 minutos y tirar 50 euros y experimentar la piel del jugador, vale la pena!
Decididos, informamos al resto del grupo y bajamos hacia el gran salón. Nos acercamos a una mesa, sacamos 50 euros del bolsillo, los tiramos en el tapete y nos entregaron 10 fichas, todo nuestro capital en 10 fichas. Las normas de juego estaban más o menos claras, el significado de los gestos hechos al crupier eran también un más o menos (nunca tan difícil me ha resultado decir sí o no siendo consciente de lo que eso significaba). Pero todo ya daba igual, estábamos sentados en una mesa, y no de novatos, de Big boys, we are fucking playing with the Big Boys, let´s rock! Y empezamos, el objetivo era, si después de un rato jugando llegamos a recuperar la inversión nos vamos. Carta, 16, una más, 20, no, 14, no (no? Pregunta el croupier) no no, digo, sí, Black Jack, 21, se pasa, hagan juego... era una guerra. Para hacerlo corto:
Peña apostando por nosotros porque nos iba muy bien.
La jefa de todas las mesas diciendo que era increible como ganábamos con nuestra manera de jugar.
Llorando de risa por las cartas que nos tocaban, los otros jugadores decían que había que sacar fotos a nuestras manos.
Los croupiers (tuvimos 3) no podían intuir nuestras respuestas.
Sergio pierde todo.
Elena dobla, metimos 100, nos vamos con 100 después de una hora y media de juego.
A eso de la una decidimos marcharnos para tomar la penúltima mientras esperábamos por el bus que nos llevaría de vuelta a Madrid.
Una velada fantástica y la cual recomiendo a todo el mundo. Podemos decir que el Casino de Torrelodones es un buen sitio para echarse unas risas y emocionarse un poco al calor del azar.